martes, 4 de octubre de 2011

UN DENARIO DE JORNAL


Hace pocos días, me encontraba en la casa de cofradías, tomando unas cervezas con unos amigos, y aunque casi siempre nuestras conversaciones o tertulias se basan en temas cofrades, no es raro que, alguna que otra vez traten sobre el evangelio de ese día, y así fue en esta ocasión.

Dijo mi amigo Andrés, a coalición de nuestra predisposición a pagar la consumición equitativamente entre los que allí estábamos, que en principio, no estaba de acuerdo con la parábola de “Los trabajadores de la Viña”

No sé si será necesario transcribir la parábola a mis lectores pues la habrán oído más de una vez, sin embargo para refrescar la memoria ahí va:

Mateo 20, 1-16 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: ¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: Nadie nos ha contratado. Él les dijo: Id también vosotros a mi viña. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: Estos últimos han trabajado sólo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

-Vaya Andrés, ya estás con tus desacuerdos- Dijo Pedro

-No vayamos a discutir ahora sobre quienes serán los primeros y quienes los últimos. Aconsejaba Antonio.

-Hombre, ¡no me dirás tú que es justo y equitativo recompensar por igual tanto al que ha trabajado una hora, como al que lleva todo el día trabajando! Se reafirmaba Andrés.

Me gusta este tema (pensaba yo), y con verdadero interés prestaba atención a las opiniones de mis amigos. Me jacto, presuntuosamente (valga la redundancia), de conocer a las personas por mi condición de hablar la mitad de la media humana y escuchar el doble de dicha media.

-¡Mira que eres “chisquilloso” incluso “rebelde”, diría yo, amigo Andrés! Intervino Felipe. Hombre serio y formal, donde los haya, persona digna de respeto y admirada por nuestro entorno como fiel católico, conocedor de los evangelios, lector asiduo de la Biblia y defensor a ultranza de la Jerarquía eclesiástica. Cristiano de conducta intachable, así como ejemplo vivo en su vida familiar. Enrolado en movimientos cristianos y, yo le califico como: “católico vocacional”

-Felipe, ¡no empieces ya con tus “latinazos” Intervinieron los otros asistentes a la tertulia, Juan, Antonio y Pedro (Este último, aunque cofrade hasta la medula, no por ello ateo hasta las trancas). Pedro es el clásico hombre que por circunstancias de la vida, se vio inmerso en su etapa de colegial en un centro estrictamente religioso, rebelde en su adolescencia y rebotado en la edad adulta, desengañado pienso yo, de las enseñanzas recibidas y experiencias acumuladas en el centro educativo pero, ya digo: cofrade familiarmente desde su cuna.

-No os preocupéis- Respondía Felipe -Que no pienso sermonear, hay cosas que están muy claras. La palabra de Dios es la palabra de Dios y ante eso hemos de asumirla como verdad indiscutible. Jesús hablaba en parábolas solo para que personas sencillas le entendiesen.

-¡Pues yo no lo entiendo! Replicó Bartolo (como le llamamos cariñosamente). -No solo no lo entiendo, sino que no creo que dijera tal cosa, más bien entiendo que Mateo (como los otros tres evangelistas lo dijeron bastantes años después de la muerte del Maestro). Lo diga quien lo diga, ¡No es justo que un hombre que ha trabajado de sol a sol, reciba el mismo salario que el que solo lo ha hecho en una miserable hora!

-No seas así, ¡hombre de Dios! Amonestaba Felipe con premeditaba benevolencia hacia Bartolo. Mientras que Pedro seguía atento al televisor viendo el video de la procesión general del Viernes Santo y Juan (hombre de mentalidad distraída, algo creyente, aunque nada practicante), observaba a Pedro ensimismado en el vídeo y escuchaba despreocupado a los dialogantes –¿Aún no te quieres dar cuenta que se trata de una parábola? Interrogaba con la autosuficiencia que, a veces, demostraba Felipe. -La explicación es bien sencilla, el dueño de la vid es Dios, y nosotros los viñadores, quiso decir Jesús que se nos recompensará a todos por igual siempre que acudamos a su “llamada” sea al principio de nuestra vida o al final de la misma. Dicho de otra forma: “Dios acoge, paga y/o premia a todo aquel que le acepta y ama, ya sea creyente desde su nacimiento o arrepentido en el último momento”

En este instante, todos quedamos callados, no se oía ni el vuelo de los insectos que nos acompañaban, ya fuera por el calor de aquel día, o por el olorcillo que desprendía el marisco a la plancha que nos había servido el camarero, a mi me pareció que hasta se hubiera detenido el video de la magna procesión. Trascurridos unos instantes, Bartolomé miró a su evangelizador con ojos, diría yo, de interrogación casi insolente. Y tras quince segundos en los que pude observar que sus pulmones se quedaron totalmente inactivos, apresando el aire sin dejarlo escapar. Al fin lo soltó diciendo, como un bufido contenido: “Felipe…¡anda ya!

Interrumpió Juan, alegremente y con voz festiva: -¿Por qué no le damos otro trago a las cañas de cerveza que aún están fresquitas y apuramos las gambas que parecen conservar todavía el color de la plancha? Consiguiendo romper el hielo que parecía haberse producido en el ambiente un tanto calenturiento reinante en el patio del bar de la Casa de Cofradías.

-Desde luego, me parece que os tomáis las cosas demasiado a pecho. Continuaba Juan, asintiendo a dúo Pedro y yo.

-Digo, y mantengo como dice Bartolo, que no estoy de acuerdo con que un dueño de una viña, o de un olivar, o el capataz de una mina, o el constructor de viviendas, por hablar de tejas para abajo, sea justo si remunera por igual tanto unos como a otros, sin tener en cuenta el tiempo empleado en el desempeño del trabajo, sea de la índole que sea, repito: ¡no es justo!, de serlo, todos los jornaleros procurarían acudir al trabajo a última hora. Confesaba Andres, y continuaba: -Esto lo entendemos todos ¡tu el primero!, Felipe. –Otra cosa es la interpretación que le quieras dar, amigo mío. Pero ¡entiéndeme y por favor disculpa que sea tan áspero! Tampoco de tejas para arriba (como tú hablas y piensas, honestamente, creo), es Justo ese Dios que dices, admito que, si existe, será bondadoso, libre, por supuesto, ¡pero no justo!

Pedro, que como los demás, asistíamos a las manifestaciones de Bartolomé y Andres contra los argumentos de Felipe, sin desatender la visión del vídeo semantero dijo:

-Ya sabéis que yo paso de estos rollos (a mi lo que me va es mi "Cristo" y mi "Virgen"), el Premio o el Castigo lo tenemos en la Tierra, ahora deberíamos premiarnos con esta “ligá” que nos merecemos en compensación al trabajo que nos hemos dado con tanto ajetreo de procesiones y sagrarios, jejeje…

Juan añadió – Estoy con Pedro, y para los que creen en el infierno y/o el purgatorio, (y con esto defiendo la postura de Andres), no sería justo que se librasen del castigo (nunca diré: eterno), aquellos que han despreciado constantemente la llamada de Dios. No solo eso, sino que han vivido de espaldas y en contra de las leyes terrenas y divinas, porque en el último instante de su vida sientan esa “llamada”, de la misma manera que se libran aquellos que han permanecido fieles desde el principio. Lo justo sería que los primeros purgasen sus culpas para ser acreedores al premio que los primeros recibirían sin condiciones.

Juan insistía: -Vosotros seguir pleiteando que yo me estoy poniendo las botas, jejeje… ¡joé, joé, como están de exquisitas estas gambas!

Antonio, que le pasa como a mí, seguía con atención y en silencio aquella tertulia y al final dijo: ¿Qué os parece si dejamos este tema para otra ocasión?, Son las tres y media de la tarde y en nuestras casas, nos esperan para comer.

Todos asentimos unánimemente y como impulsados por un resorte, nos levantamos de inmediato, ¡no sin antes pagar “equitativamente” aquella consumición que dio para tanto!