La relación Educador-Educando debe basarse en unos principios cívicos, lógicos, éticos, y morales. La educación, debe responder a las definiciones de dicha palabra:
“El proceso multidireccional mediante el cual se transmiten conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar. La educación no sólo se produce a través de la palabra: está presente en todas nuestras acciones, sentimientos y actitudes”
“El proceso de vinculación y concienciación cultural, moral y conductual. Así, a través de la educación, las nuevas generaciones asimilan y aprenden los conocimientos, normas de conducta, modos de ser y formas de ver el mundo de generaciones anteriores, creando además otros nuevos”
“Proceso de socialización formal de los individuos de una sociedad”
“La educación se comparte entre las personas por medio de nuestras ideas, cultura, conocimientos, etc. respetando siempre a los demás. Ésta no siempre se da en el aula” (Wikipedia)
Vemos en la última definición, que en su último párrafo dice: “Esta no siempre se da en el aula”
Este es el verdadero problema surgido en los últimos tiempos. Cuando falta la educación (no la del conocimiento, sino la del valor: ético-moral), es cuando se producen estos desajustes en la convivencia entre educador y educando, así como las relaciones entre padres, profesores y alumnos, cuando no hay respeto mutuo y conocimiento de derechos y deberes entre todos, es cuando surge y/o emerge esta situación que estamos padeciendo todos los miembros de la sociedad, ya que nos atañe a todos los estamentos sociales. Todo se reduce a una relación tripartita que ha dejado de funcionar. En estos últimos años, y seguro que en lo sucesivo, entran también en este juego los abuelos, cada más se integran en la educación de sus nietos. Los padres por trabajar ambos, no tienen tiempo para dedicarlo a sus hijos, dejándolos al cuidado de sus abuelos. Habría por consiguiente que tener en cuenta también la opinión de éstos, que se dedican con todo el amor del mundo al cuidado y educación de sus nietos, así como las relaciones con guarderías y primeros años de escolaridad. Años éstos de vital importancia, donde se forjan las primeras conciencias cívico-ético-morales de la población infantil que representará el futuro social humano.
Decía anteriormente, que lo ideal será regresar al pasado lejano donde todos estos valores se daban entre maestros, familiares y alumnos, siempre comprendidos y correspondidos por los todos. No hablo de utopía, sino de realidad, nuestros padres y/o abuelos vivieron esta experiencia y nos la cuentan con añoranza por haberse perdido.
Se perdió de una forma paulatina, pero brutal por parte de los profesores. Estos llegaron a creerse los dueños de sus alumnos, creyeron tener la autoridad suficiente para aplicar el castigo a su antojo, llegaron a tratar a los chavales como animales a los que se les podía educar a fuerza de palos. ¡No, no estoy exagerando!
Se de chavales traumatizados por la violencia de sus profesores, por malvadas agresiones aplicadas con la “bula” de su elogiable intención de educar, cuando sus verdaderos motivos eran el odio y el resentimiento de no poder doblegar a un alumno rebelde, o querer presumir de buen “enseñador” con la obtención de una media alta de notas en su aula. Se de adultos que rechazan cualquier recuerdo de su época estudiantil, por las ideas morales y/o políticas inculcadas a base de imposición. Lo que era malo o pecado, lo decidían los superiores no la conciencia de cada cual.
Yo he visto propinar bofetones, coscorrones, tirones de orejas, y patadas que demostraban su dureza por la sangre brotada. ¡No estoy exagerando!
Yo he visto castigos en posiciones corporales, tan largos en el tiempo que han hecho desfallecer al penitente, por tan prolongada posición, a veces adicionando un peso a soportar para hacer más penoso el castigo.
Yo personalmente, que no siendo un excelente alumno, si fui un buen chico, recibí un solo castigo corporal en mi vida. Solo fueron VEINTE GOLPES (20), con toda la contundencia del brazo abatible de un profesor (supongo amargado por sus problemas), “armado” con una regla de madera y utilizando el canto afilado de la misma, golpeando, como digo, sobre mi cabeza, por la causa y motivo de no haber señalado exactamente en el mapamundi donde estaba el país por el que pregunta este “señor” profesor. Llegué a mi casa aún mareado, y en la cabeza la reproducción orográfica de los montes Pirineos. ¡No estoy exagerando!
Por supuesto que no todos los profesores eran así, pero sí que existía un temor generalizado entre los alumnos ante los castigos de sus profesores, ¡¡no se les respetaba, sino que se les temía!! poseíamos un miedo tremendo a ser castigados, y verdadero terror en el caso de ser acreedores al castigo por reincidir, en cuyo caso se agravaba en contundencia. ¡No estoy exagerando!
Después todo cambió radicalmente, los profesores ya no se llamaban Don José, ni Don Ramón, ni Doña Mercedes, sino que se les decía (con consentimiento de muchos de ellos), Pepe, Moncho y Merche, desapareció el “Usted” del lenguaje de los alumnos y alumnas, Las frases: “oye tu ¿Qué quieres?” cuando eras reclamado, o “ahora no puedo tío, ¡que me olvides!, cuando te pedían un trabajo, fue el principio de lo que ahora vemos en las aulas, llegando a la extinción de todo respeto y por desgracia a la violencia.
Refiero lo antes dicho, aparte de cómo un desahogo personal (después de cincuenta años), como reflexión, pues espero no se vuelva a hacer realidad otra vez amparados por una posible ley, que autorice a los profesores a tener “autoridad” sobre los alumnos. No vayan a creerse éstos que en justicia han de vengarse de los alumnos por cuanto hasta ahora, desde hace unos años vienen sufriendo. A veces los españoles no conocemos el término medio, que es donde está la virtud, sino que nos pasamos de un extremo a otro. Ha llegado a mis oídos, ante este revuelo que se está formando con respecto al tema de la educación y el comportamiento entre padres, profesores y alumnos, de alguien que ha dicho: “Ya va siendo hora de que los alumnos se den cuenta de quienes son los profesores” ¡No estoy exagerando!
Veamos de una vez por todas, todos los inconvenientes que existen en esta sociedad desordenada. Ya va siendo hora de poner interés en mejorar todos los aspectos de la vida social. Que sepamos lo que significa vivir en democracia y que el verdadero significado de libertad, jamás sea confundido con el de libertinaje. Que impere en nuestras vidas la moral para los religiosos y la ética para los que no lo son. Que en el siglo en que estamos viviendo y ante tanto progreso, no se pierdan los verdaderos valores que deben permanecer inmutables.
¡No estoy exagerando!
“El proceso multidireccional mediante el cual se transmiten conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar. La educación no sólo se produce a través de la palabra: está presente en todas nuestras acciones, sentimientos y actitudes”
“El proceso de vinculación y concienciación cultural, moral y conductual. Así, a través de la educación, las nuevas generaciones asimilan y aprenden los conocimientos, normas de conducta, modos de ser y formas de ver el mundo de generaciones anteriores, creando además otros nuevos”
“Proceso de socialización formal de los individuos de una sociedad”
“La educación se comparte entre las personas por medio de nuestras ideas, cultura, conocimientos, etc. respetando siempre a los demás. Ésta no siempre se da en el aula” (Wikipedia)
Vemos en la última definición, que en su último párrafo dice: “Esta no siempre se da en el aula”
Este es el verdadero problema surgido en los últimos tiempos. Cuando falta la educación (no la del conocimiento, sino la del valor: ético-moral), es cuando se producen estos desajustes en la convivencia entre educador y educando, así como las relaciones entre padres, profesores y alumnos, cuando no hay respeto mutuo y conocimiento de derechos y deberes entre todos, es cuando surge y/o emerge esta situación que estamos padeciendo todos los miembros de la sociedad, ya que nos atañe a todos los estamentos sociales. Todo se reduce a una relación tripartita que ha dejado de funcionar. En estos últimos años, y seguro que en lo sucesivo, entran también en este juego los abuelos, cada más se integran en la educación de sus nietos. Los padres por trabajar ambos, no tienen tiempo para dedicarlo a sus hijos, dejándolos al cuidado de sus abuelos. Habría por consiguiente que tener en cuenta también la opinión de éstos, que se dedican con todo el amor del mundo al cuidado y educación de sus nietos, así como las relaciones con guarderías y primeros años de escolaridad. Años éstos de vital importancia, donde se forjan las primeras conciencias cívico-ético-morales de la población infantil que representará el futuro social humano.
Decía anteriormente, que lo ideal será regresar al pasado lejano donde todos estos valores se daban entre maestros, familiares y alumnos, siempre comprendidos y correspondidos por los todos. No hablo de utopía, sino de realidad, nuestros padres y/o abuelos vivieron esta experiencia y nos la cuentan con añoranza por haberse perdido.
Se perdió de una forma paulatina, pero brutal por parte de los profesores. Estos llegaron a creerse los dueños de sus alumnos, creyeron tener la autoridad suficiente para aplicar el castigo a su antojo, llegaron a tratar a los chavales como animales a los que se les podía educar a fuerza de palos. ¡No, no estoy exagerando!
Se de chavales traumatizados por la violencia de sus profesores, por malvadas agresiones aplicadas con la “bula” de su elogiable intención de educar, cuando sus verdaderos motivos eran el odio y el resentimiento de no poder doblegar a un alumno rebelde, o querer presumir de buen “enseñador” con la obtención de una media alta de notas en su aula. Se de adultos que rechazan cualquier recuerdo de su época estudiantil, por las ideas morales y/o políticas inculcadas a base de imposición. Lo que era malo o pecado, lo decidían los superiores no la conciencia de cada cual.
Yo he visto propinar bofetones, coscorrones, tirones de orejas, y patadas que demostraban su dureza por la sangre brotada. ¡No estoy exagerando!
Yo he visto castigos en posiciones corporales, tan largos en el tiempo que han hecho desfallecer al penitente, por tan prolongada posición, a veces adicionando un peso a soportar para hacer más penoso el castigo.
Yo personalmente, que no siendo un excelente alumno, si fui un buen chico, recibí un solo castigo corporal en mi vida. Solo fueron VEINTE GOLPES (20), con toda la contundencia del brazo abatible de un profesor (supongo amargado por sus problemas), “armado” con una regla de madera y utilizando el canto afilado de la misma, golpeando, como digo, sobre mi cabeza, por la causa y motivo de no haber señalado exactamente en el mapamundi donde estaba el país por el que pregunta este “señor” profesor. Llegué a mi casa aún mareado, y en la cabeza la reproducción orográfica de los montes Pirineos. ¡No estoy exagerando!
Por supuesto que no todos los profesores eran así, pero sí que existía un temor generalizado entre los alumnos ante los castigos de sus profesores, ¡¡no se les respetaba, sino que se les temía!! poseíamos un miedo tremendo a ser castigados, y verdadero terror en el caso de ser acreedores al castigo por reincidir, en cuyo caso se agravaba en contundencia. ¡No estoy exagerando!
Después todo cambió radicalmente, los profesores ya no se llamaban Don José, ni Don Ramón, ni Doña Mercedes, sino que se les decía (con consentimiento de muchos de ellos), Pepe, Moncho y Merche, desapareció el “Usted” del lenguaje de los alumnos y alumnas, Las frases: “oye tu ¿Qué quieres?” cuando eras reclamado, o “ahora no puedo tío, ¡que me olvides!, cuando te pedían un trabajo, fue el principio de lo que ahora vemos en las aulas, llegando a la extinción de todo respeto y por desgracia a la violencia.
Refiero lo antes dicho, aparte de cómo un desahogo personal (después de cincuenta años), como reflexión, pues espero no se vuelva a hacer realidad otra vez amparados por una posible ley, que autorice a los profesores a tener “autoridad” sobre los alumnos. No vayan a creerse éstos que en justicia han de vengarse de los alumnos por cuanto hasta ahora, desde hace unos años vienen sufriendo. A veces los españoles no conocemos el término medio, que es donde está la virtud, sino que nos pasamos de un extremo a otro. Ha llegado a mis oídos, ante este revuelo que se está formando con respecto al tema de la educación y el comportamiento entre padres, profesores y alumnos, de alguien que ha dicho: “Ya va siendo hora de que los alumnos se den cuenta de quienes son los profesores” ¡No estoy exagerando!
Veamos de una vez por todas, todos los inconvenientes que existen en esta sociedad desordenada. Ya va siendo hora de poner interés en mejorar todos los aspectos de la vida social. Que sepamos lo que significa vivir en democracia y que el verdadero significado de libertad, jamás sea confundido con el de libertinaje. Que impere en nuestras vidas la moral para los religiosos y la ética para los que no lo son. Que en el siglo en que estamos viviendo y ante tanto progreso, no se pierdan los verdaderos valores que deben permanecer inmutables.
¡No estoy exagerando!