sábado, 21 de noviembre de 2009

Conseguir un apetitoso y voluptuoso deseo




Aquel día primaveral, cuando los árboles están cuajados de verdes hojas, cuando los pájaros entonan sus mejores melodías, cuando la temperatura en aquel jardín particular, amueblado con exquisito gusto, con hamacas de cálidas maderas (provistas de mullidas colchonetas aislantes y forradas de bellas fundas estampadas con maravillosos colores de tonos suaves). Cuando todo aquel ambiente ocurría, es por lo que se apercibía un entorno tan acogedor, suave, y gratamente cálido; que yo calificaría de idílico y sensual, y que hizo sentir a Carlos José, mil y una sensaciones agradables y fuertes estímulos irreprimibles.

Carlos José, en ese entorno tan propicio y acogedor, se sentía maravillosamente satisfecho así como también su guapa, sensual y cariñosa compañera, que se ocupaba de recoger y limpiar la mesa después de una agradable, fugaz, compartida y animada comida, ambientada por una suave y melódica canción que emitía un radio-casette provisto de un par de altavoces instalados estratégicamente en aquel acogedor jardín particular, el cual también poseía una bella y bien cuidada vegetación salpicada de diferentes plantas de bellas flores, así como algunos árboles de exquisitos frutos.

Carlos José, tras la comida, envuelto en tanta quietud y belleza, con la satisfacción de una digestión ligera, sin tener en cuenta el día ni la hora, ayudado por la ingestión de un agradable y aromático café expreso y la copa en la mano de su licor favorito, poco a poco fue sintiendo en todo su ser, y fibras mas sensibles, una sensación que le iba envolviendo físicamente y adormeciendo su cerebro con una agradable sensación de sosiego, de paz, y un arrebatador deseo de repetir “aquello” que gozosamente experimentó en otras ocasiones.

Sin más dilación y decidido, Carlos José dio unos pasos hacia donde deseaba ir, a: Aquel rincón especial del jardín donde le gustaba acudir a menudo a la cita que, con egoísta y sumo placer, casi le cegaba y dominaba.

Una vez allí, con la agilidad acostumbrada y sin querer lastimarla, comenzó a subirse sobre ella, armado sin más herramienta que la suya propia, y que utilizaba con destreza para este fin. Asiéndose con ambos brazos al robusto tronco que ella poseía y con las manos aferradas sobre los costados fue deslizando lentamente su cuerpo sobre ella, apoyando, para su seguridad los pies y el codo, procurando no caer y lastimarse buscó, entre sus excelentes, suaves y agradables atributos, aquel que más le llamaba la atención.

Una vez elegido, se deleitó mirándolo, percibiendo su característico olor y observando con agrado su forma ovalada, rechoncha y un tanto abultada, de una tonalidad más oscura que el resto y cuya piel aterciopelada, le gustaba acariciar entre sus dedos.

Estaba a punto de satisfacer, por segunda vez, el deseo de degustar y poseer aquello que tanto le atraía, deseaba llevárselo a la boca, pero aguardó unos momentos antes de hacerlo, disfrutando en dilatar el tiempo de consumirlo.

Al final se decidió, e hizo suyo el gozoso placer que le proporcionaba aquel fruto tan agradable dejándole por consecuencia a ella, el compartido y correspondiente liquido blanco, viscoso y algo pegajoso, mientras se bajaba lentamente y con precaución de la higuera, a la que se había subido para comerse el higo que tanto le apetecía antes y después de esa copa de anís dulce de Chinchón.

Entretanto su compañera: Ana Victoria después de los quehaceres culinarios, acudía a su lado, bajo la sombra de aquella higuera centenaria, plantada por su bisabuelo y que tan exquisito fruto ofrecía todos los años, y ante el cual José Carlos no pudo, de nuevo, resistir la tentación de poseerlo, jajaja...
(con permiso, Perikiyo)


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