lunes, 8 de febrero de 2010

TOROS “SI” TOROS “NO”

Pienso que a estas alturas, hablar de toros pudiera resultar inútil, inoportuno, ineficaz, imprudente, infructuoso, e improductivo.

Pero como la misión de los blog, (al menos del mío), es dar a conocer el pensamiento de su autor, el concepto que se tiene sobre determinados asuntos y la forma y manera de expresar sentimientos y/u opiniones, es por lo que me atrevo hoy a comentar sobre la mal llamada: “Fiesta de los Toros”

Empiezo por decir, que yo no la llamaría “fiesta” porque entiendo que, una fiesta debe ser algo alegre y feliz para todos los participantes, y en esta ocasión, no creo que el toro esté muy contento ni dichoso, aún en el supuesta hipótesis (como aseguran los taurinos), que este noble animal muere con dignidad y asumiendo su sacrificio como un "honor", al igual que los gladiadores en el circo romano, (no le pongamos alma al toro de lidia, porque no la tiene). Lo que si tiene y mucho es: “sensibilidad corporal”, e “instinto de conservación” y por supuesto “sufre y padece físicamente”.

Quede bien claro y bien sentado, que no soy anti-taurino, que me gusta, mejor dicho: me gustaría ese espectáculo (mejor que fiesta), si se prescindiera de algunos “detallitos sin importancia” como son: “La vara”, “Las banderillas”, “El estoque”, “La puntilla” Y ocasionalmente “El rejón”, porque ¡producen derramamiento de sangre!

El primer “detallito” carente de todo arte y festejo, que solo es utilizado para debilitar al animal, para hacerlo menos peligroso, para quitarle fuerza, que empleado desde una posición de superioridad, empuñado por alguien debidamente protegido, forrado de algodones, amianto y parapetos hasta las cejas y que suele ser tan torpe, que a pesar de todo, ha de propinar más de un puyazo, e incluso no sabe mantenerse encima del caballo; acontecimiento éste que, es lo que más me gusta de las corridas: ver lo ridículo que queda ese valiente, tosco y grueso ser humano tendido en el ruedo, y más aún cuando queda bajo el caballo, al que se le tapan los ojos para evitarle ver el horror y sufrimiento de un aterrado, herido y humillado toro que sin embargo ha sido capaz de derribarles.

Si lo que pretendemos es debilitar al toro, ¿Por qué no se le administra un sedante? Sería incruento y lo mismo de eficaz.

A continuación, el torero, al que le creo poseedor de gran valor y de un arte especial, puede y debe lucirse en su espectacular faena dando y propinando excelentes capotazoz al toro, que por no tener inteligencia, cae una y otra vez en el engaño, y si es bueno y bravío, consigue agradar a su oponente y sobre todo al público, (algunos con cámaras de foto y video para inmortalizar “la faena”), que es el que paga para ver el “espectáculo” (que no la fiesta,) ¡porque no se festeja nada!, menos aún y lamentablemente cuando ¡depende la vida de un hombre! temerario.

Debería ser suficiente con esto, pero no, no lo es porque al mal llamado “respetable” (yo no lo respeto, no puedo respetar a alguien que chilla enfurecido, se alegra, se entusiasma, grita y aplaude cuanta más sangre ve, cuanto más herido está el toro y mas engreído el torero). Digo que no es suficiente, porque después de lucirse (suficientemente separado del animal), ha de dar más de sí, ha de demostrar más su valor, ha de satisfacer al respetable arrimándose al toro, ha de poner su vida en peligro para goce y disfrute personal y del personal asistente (no digamos si está en la grada la persona que le hace aflorar su hombría).

Es por consiguiente, que se acude al segundo ”detallito”, las prescindibles banderillas, porque ante todo, hay que “debilitar” aún más al toro, hay que dejarlo sin fuerza, sin bravura, sin peligrosidad, y como otra dosis de sedante no es cruenta, no embellece ni levanta pasiones y lucimientos, se opta por la vistosas banderillas, que además de desplegar los colores de la insignia, la ganadería o la nación, cumplen con su mejor cometido: herir y hacer sangrar de nuevo al ya maltrecho toro de lidia.

Una vez conseguido todo esto, se acomete una nueva faena, (se le llama: tercio o suerte, creo) aparentemente más peligrosa, más de cerca, más “arrimao” con la muleta en la mano, casi cuerpo a cuerpo, más “oles”, más “aplausos”, más “gritos”, se está cumpliendo el fin del espectáculo: “Sol” “Sangre” y “Arena”. Pero no se tiene en cuenta el “arrimo” y la cada vez mar cercanía al peligro de: LA MUERTE DEL TORERO, (¿por eso lo de: “Suerte Suprema”?)

Una vez lucido el “maestro”, porque el toro ha sido: bravo, bueno, noble y sumiso, por prestase al juego, se llega a la Gran Suerte, ¿Por qué no: el “Peligro Supremo” o en el mejor caso solo el “El gran Martirio”?

Si, martirio sí, porque ya no nos sirve el toro para nada, a excepción de darle muerte de una manera “espectacular”, armado con el tercer “detallito” (infame estoque), se dice ser una muerte con “arte”, pero clavar la espada entre los omóplatos hasta llegar al corazón, para mi eso no es arte, sino precisión, y/o puntería, que si se ejecuta con maestría y acierto, arranca de nuevo los mejores y más extensos aplausos mientras el animal muere lentamente desangrado y no de inmediato.

Pero si falla la criminal estocada, además de los lógicos abucheos, el animal vuelve a sufrir otro estacazo, y otro, y otro, y sangre, mas sangre, y más sufrimiento propinado por este tercer “detallito sin importancia”, para culminar con el cuarto y último: LA PUNTILLA, herramienta ésta necesaria para el descabello del animal que se resistía a morir a manos de un mal torero y que permite el último lucimiento de unos seres humanos llamados: “monos sabios” (ignoro porqué de este calificativo), que arrastran, a fuerza de latigazos, al sufrido, herido, maltrecho, humillado, muerto y descabezado animal al que llamamos: TORO DE LIDIA.